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   SOLO QUIERO SER TUYO

 

     CAPÍTULO 1

     LAS llaves. La cartera. Me miro en el espejo y me veo bien. No es por nada, pero mi cuerpo está de buen ver. Soy alto, moreno y con ojos marrones, que reflejan un intenso brillo. Suspiro.

Tengo una cita. Una cita con Jane. Jane, la diosa. Una de esas tías con cuerpo escultural y que cuando pasa por la calle hace que los tíos babeen y suspiren. Cierro la puerta y voy hacia el aparcamiento. Ahí está mi coche. Me ha costado una fortuna, pero ha valido la pena. Un Porsche. Rojo intenso. Veloz. Inmejorable. Nada más pensar en lo que me ha costado me tiemblan las piernas. He gastado mis ahorros en eso, pero cómo me gusta. ¿Soy millonario? No. ¿Ahorrador? Sí. La verdad es que trabajo mucho. Soy diseñador gráfico para videojuegos. Claro. Gano mucho dinero. Mucho. Por eso puedo ser ahorrador. Tampoco salgo demasiado. Soy un «friki» de los ordenadores. No me importa. Es lo mío. Aunque lo de los videojuegos lo dejo solo para el trabajo. En casa me paso horas navegando por la red, buscando historias, anécdotas, y también viendo porno. De todo tipo. Me encanta el porno. Aunque últimamente no lo vea mucho. Bueno, alguno, pero tengo un problema: eso de ver pollas y coños juntos no me pone. Y el otro día vi en cambio un porno bisexual, dos tíos haciéndoselo con una tía, pero uno de ellos le metía la polla al otro mientras se follaban a la tía. Eso me puso a cien. Y me asustó como la mierda. Nunca me han gustado los hombres. Nunca. ¿Y ahora me pongo cachondo viendo porno trío gay-hetero? ¿Se dice así?

     Me subo en el coche y siento cómo ronronea el motor cuando lo enciendo. Ahora sí que estoy cachondo de verdad. Empiezo a aumentar la velocidad mientras voy por la carretera principal. No hay muchos coches a esa hora. Miro alrededor y me decido. Piso el acelerador y piso y piso. 200. 220. 230. Rick, baja la velocidad. Joder. Ralentizo todo lo que puedo. Ahora voy a una velocidad normal. Me doy cuenta que tengo la polla como un palo. Me la palmeo. Necesito liberarme. Ahí veo una zona de descanso. No hay nadie. Fenomenal. Me paro. Desabrocho mis pantalones y empiezo a masturbarme. Y empiezo a pensar en el tío follando a otro tío. ¿Cómo se debe sentir tener una polla ahí? ¿Cómo se debe sentir follar el culo de otro tío? Me estoy poniendo a cien. Los cristales del coche están ya empañados. Jadeo y jadeo hasta llegar a la culminación. Me he puesto la mano perdida. Con cuidado, cojo pañuelos de la guantera y me limpio. Todavía tengo escalofríos. ¿Qué cojones me ha pasado para pensar de esa manera? Soy hetero, por Dios. Piensa en las tetas de Jane. Piensa en ese cuerpo de infarto. Piensa y piensa. Cuando estoy totalmente limpio y todo está en orden, pongo el coche en marcha y voy hacia la cafetería donde hemos quedado. (...)

   

     PERDIDO EN ESPÍRITU

 

     PRÓLOGO

     Siempre supo que sus horarios eran una mierda. Pero eso era algo inevitable, ya que era para lo que había estudiado, todo  por lo que había trabajado. Solía pensar que todas las horas que pasaba en el hospital valían la pena, porque a pesar de todo, cuando llegaba a casa, Daniel siempre le estaba esperando con una sonrisa en los labios. Él le había ayudado a ser quien era, a decidir quién ser en realidad. Su carrera de médico le había ocupado horas y horas, pero Daniel nunca le recriminó. Por eso no lo entendía. Después de tantos años, cómo se había podido ir de golpe, cómo le había abandonado, cómo…, cómo él no había podido ayudarle. Ahora, sí, tenía su carrera, su trabajo, pero había perdido lo más importante: el amor de su vida.

Y ahí estaba él, en medio de un bar desconocido, bebiendo whisky a raudales, cosa que no se podía permitir, por miedo a que sus manos temblaran mientras abría el pecho de un paciente. Se las miró, y en ese momento las odiaba. Esas manos por las que algunos darían su vida para que hurgaran en su interior. Esas manos que para él ahora no valían nada. Valor cero. Su dolor dio rienda suelta a sus lágrimas que caían por sus mejillas descontroladamente.

    — ¿Estás bien? —Oyó una voz suave procedente de su lado izquierdo, pero no pensó en quién podía ser.

     — Estoy bien. —Ni siquiera miró hacia el susurro.

     Se levantó y se fue, dejando su pena allí dentro, en aquel bar, al que probablemente nunca volvería.

     No supo cómo llegó hasta casa estando tan borracho. Entró en el comedor y se sentó en el sofá. Cerró los ojos e intentó relajarse. No podía. Había algo. Algo que le llamaba. Daniel. Daniel. Cómo le echaba de menos. Maldito hospital. Maldita medicina. Maldito. Maldito. Tanto esfuerzo para nada. Para estar sin él. ¿Por qué? Tenía que haber estado allí. Tal vez hubiese podido hacer algo. Tal vez le hubiesen servido sus estudios. Tal vez…

     Abrió los ojos. Su borrachera cada vez se instalaba más dentro de su ser y ahora ya estaba sin ánimo y sin vida. Miró hacia abajo y encima de la mesita de enfrente vio un singular destello. Algo que pertenecía a Daniel. Eso se lo había regalado él. Lo cogió entre sus manos y lo hizo rodar. Con su dedo pulgar apretó la piedra y simplemente vio aquella luz provocada por el mechero. La luz que había desaparecido de su vida. Estaba roto y quebrado. Jugó con el mechero y miró la llama detenidamente. Y la miró y miró y miró.

     No supo qué sucedió hasta días más tarde. Estaba en una cama de hospital. Sus padres se sentaban al lado, con la tristeza reflejada en sus rostros. Pero Daniel no estaba. Entonces quiso mover las manos pero las vio totalmente vendadas y entonces fue cuando lo supo. Su carrera como cirujano estaba acabada. Ni siquiera tuvo que preguntar. Lo dedujo él solo.

CÍRCULO

 

CAPÍTULO 1

 

   Me llamo Mario y poco sabía yo que ese día iba a cambiar mi existencia. Ignoraba que mi vida se iba a alterar de una forma monumental en las siguientes horas. No me creía lo rápido que había pasado la vida. Era joven cuando me quedé solo, viudo, con un niño pequeño, al que no tenía ni idea de cómo cuidar. Pero conseguí hacerlo, y había hecho un buen trabajo. La buena persona en que se había convertido mi hijo, era mi mayor logro. Y ahora había llegado el momento de aumentar la familia, de dar la bienvenida a la que iba a ser la familia política. Estaba nervioso, esperando a que llegaran los invitados. Después de tantos años, siendo un empresario de éxito, y con buen temple, ahí estaba yo, abriendo la puerta a los padres del novio de mi hijo. Nunca pensé que Alex se iba a hacer mayor tan pronto. Recordé el día que estaba muerto de miedo al decirme que era gay. La verdad es que no tuve problemas con eso, porque ya desde una edad muy temprana, lo había intuido, sencillamente porque nunca miraba a las niñas y siempre estaba sonriendo a los niños. Tal vez estaba equivocado, tal vez no. Pero vi que en este caso mi sexto sentido como padre había funcionado. Nunca le pregunté su orientación sexual. Era él quien tenía que tomar la decisión y saber quién era en realidad, y no verse influenciado por mis pensares.

  Mi hijo estaba parado tras de mí, esperando, para dejar entrar a su otra familia. Después de saludar a Andrés, su novio, apareció su madre, Amelia, una mujer toda maquillada que tenía cara de haber chupado un pomelo agrio, y después entró en mi visión, su padre, Lucas. Se me cortó la respiración cuando miré a esos ojos verdes que brillantes se iluminaban acompañados por su perfecta sonrisa. Les hice pasar y les conduje al comedor. Ya tenía lista la comida, pues ese día había cocinado, y les instalé alrededor de la mesa central. Empezamos con nuestro almuerzo y todo estaba saliendo a la perfección. De pronto, Amelia, empezó a despotricar en contra de su marido y de su hijo, y ahí fue cuando me enteré que estaban en plena guerra de divorcio. No quería meterme en problemas, así que intenté desviar la conversación hacia otros derroteros y parece que lo conseguí bastante bien, porque claudicó con sus acusaciones al ver que ninguno de los cuatro hombres que habíamos allí le seguíamos la corriente. Al final de la cena, todos estábamos contentos — menos ella, claro—  y se reflejaba en nuestras risas. Tenía que haber mencionado que mientras estábamos comiendo, intuí la mirada de Lucas sobre mí, pero no me quise dar por aludido, ya que estaba teniendo problemas para detener la erección que palpitaba dentro de mis pantalones y que había empezado justo cuando vi esos ojos. Y no lo entendía. Nunca me habían atraído los hombres. Y a mis cuarenta y dos años, ahí estaba yo, teniendo la más grande de las erecciones por un tío al cual ni siquiera conocía. Cada vez que iba a la cocina a buscar algo, tenía que ajustarme los pantalones para que no se viera la presión que estaba soportando mi bragueta.

   FIELES ADICCIONES

 

     CAPÍTULO 1

     “La adicción es tal vez una enfermedad del espíritu” - Osamu Dazai

     Lo primero que empezaré diciendo es que soy adicto. Soy adicto a la cola. Soy adicto al chocolate. Soy adicto al sexo. Empiezo a pensar en todas las adicciones posibles que tengo, y me doy cuenta que solo tengo tres y solo dos, se cumplen. Con lo de la cola, lo he intentado todo, cambiar a naranjada, a limonada, a cerveza, y la verdad toda bebida carente de ese chisporroteo y cafeína me da náuseas. En cuanto al chocolate, debe ser el cacao, me encanta esa sensación cuando te lo comes que se va deshaciendo en tu boca... es insuperable. En cuanto al sexo... lo adoro, veo vídeos porno, leo porno, me masturbo constantemente, pero la verdad es desde hace mucho que no he tenido el placer de comprobarlo con otra persona, pero cada día estoy caliente como el infierno, y a pesar que he intentado tener pareja, soy un desastre emocional, y un desastre de folla-amigo y folla-casual, aunque no sé si pueda pronunciarlo de esa manera. Pero aquí estoy, divagando en mis pensamientos. He empezado a trabajar en un sitio nuevo, el cual, por cierto, es bastante aburrido. El señor don jefe de las altas esferas ni siquiera se ha dignado a salir de su oficina para saludarme, así que ni sé cómo es, solo sé su nombre, Evan Campbell, conocido por mí mayormente, por el señor “escondido”. Bueno, pues tendré que esperar a que se digne a darme instrucciones precisas sobre lo que realmente quiere que haga, porque no creo que me vayan a pagar solo por resoplar, digo yo.

Mira ahí se abre la puerta, menos mal.... ¡Dios mío! Me he quedado con una cara de bobo que ni te cuento, es lo más maravilloso que haya podido ver en esta vida, y ahora definitivamente voy a tener una adicción nueva: Evan Campbell.

    Cuando sobresale un poco de su despacho, le doy un buenos días, que por supuesto va acompañado por un sonido gallo-fónico, pero parece que no se da cuenta, y sigue a lo suyo. A primera vista y a primera palabra, es muy antipático. En cierto momento, parece que se da cuenta de mi patética existencia porque clava su mirada en la mía, ni siquiera sonríe, y me dice:

    — Eres el nuevo. Bienvenido a empresas Campbell. En seguida te pasaré un correo electrónico con todas tus tareas. Si tienes alguna duda, pregunta, más valen cien preguntas que un trabajo mal hecho. Lo dicho, bienvenido.

     Y acto seguido, vuelve a entrar en su despacho. ¡Hala! Todo de carrerilla, o sea que es como un manual andante de la empresa, bueno pero para eso es suya, ¿no? (...)

    

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